Espacio curricular: Lengua y Literatura
Profesora: Claudia Aramayo
Curso: 2° Año División: 4a y 5a
Ciclo: Básico
Turno: Mañana
ACTIVIDAD
COMPLEMENTRIA
«La fiesta ajena»
de Liliana Heker
Leído
por María Encabo.
Nomás
llegó, fue a la cocina a ver si estaba el mono. Estaba y eso la tranquilizó: no
le hubiera gustado nada tener que darle la razón a su madre, ¿monos en un
cumpleaños?, le había dicho; ¡por favor! Vos sí te crees todas las pavadas que
te dicen. Estaba enojada pero no era por el mono, pensó la chica: era por el
cumpleaños.
—No
me gusta que vayas —le había dicho—. Es una fiesta de ricos.
—Los
ricos también se van a cielo —dijo la chica, que aprendía religión en el
colegio.
—Qué
cielo ni cielo —dijo la madre—. Lo que pasa es que, a usted, m’hijita le gusta
cagar más arriba del culo.
A la
chica no le parecía nada bien la forma de hablar de su madre: ella tenía nueve
años y era una de las mejores alumnas de su grado.
—Yo
voy a ir porque estoy invitada —dijo—. Y estoy invitada porque Luciana es mi
amiga. Y se acabó.
—Ah,
sí, tu amiga —dijo la madre. Hizo una pausa.
—Oíme,
Rosaura —dijo por fin—, ésa no es tu amiga. ¿Sabés lo que sos vos para todos
ellos? Sos la hija de la sirvienta, nada más.
Rosaura
parpadeó con energía: no iba a llorar.
—Callate
—gritó—. ¡Qué vas a saber vos lo que es ser amiga!
Ella
iba casi todas las tardes a la casa de Luciana y preparaban juntas los deberes
mientras su madre hacía la limpieza. Tomaban la leche en la cocina y se
contaban secretos. A Rosaura le gustaba enormemente todo lo que había en esa
casa. Y la gente también le gustaba.
—Yo
voy a ir porque va a ser la fiesta más hermosa del mundo, Luciana me lo dijo.
Va a venir un mago y va a traer un mono y todo.
La
madre giró el cuerpo para mirarla bien y ampulosamente apoyó las manos en las
caderas.
—¿Monos
en un cumpleaños? —dijo—. ¡Por favor! Vos sí que te crees todas las pavadas que
te dicen.
Rosaura
se ofendió mucho. Además, le parecía mal que su madre acusara a las personas de
mentirosas simplemente porque eran ricas. Ella también quería ser rica, ¿qué?
Si un día llegaba a vivir en un hermoso palacio, ¿su madre no la iba a querer
tampoco a ella? Se sintió muy triste. Deseaba ir a esa fiesta más que nada en
el mundo.
—Si
no voy me muero —murmuró, casi sin mover los labios.
Y no
estaba muy segura de que se hubiera oído, pero lo cierto es que la mañana de la
fiesta descubrió que su madre le había almidonado el vestido de Navidad. Y a la
tarde, después de que le lavó la cabeza, le enjuagó el pelo con vinagre de
manzanas para que le quedara bien brillante. Antes de salir Rosaura se miró en
el espejo, con el vestido blanco y el pelo brillándole, y se vio lindísima.
La
señora Inés también pareció notarlo. Apenas la vio entrar, le dijo:
—Qué
linda estás hoy, Rosaura.
Ella,
con las manos, impartió un ligero balanceo a su pollera almidonada: entró a la
fiesta con paso firme. Saludó a Luciana y le preguntó por el mono. Luciana puso
cara de conspiradora; acercó su boca a la oreja de Rosaura.
—Está
en la cocina —le susurró en la oreja—. Pero no se lo digas a nadie porque es un
secreto.
Rosaura
quiso verificarlo. Sigilosamente entró en la cocina y lo vio. Estaba meditando
en su jaula. Tan cómico que la chica se quedó un buen rato mirándolo y después,
cada tanto, abandonaba a escondidas la fiesta e iba a verlo. Era la única que
tenía permiso para entrar en la cocina, la señora Inés se lo había dicho: “Vos
sí, pero ningún otro, son muy revoltosos, capaz que rompen algo”. Rosaura en
cambio, no rompió nada. Ni siquiera tuvo problemas con la jarra de naranjada,
cuando la llevó desde la cocina al comedor. La sostuvo con mucho cuidado y no
volcó ni una gota. Eso que la señora Inés le había dicho:” ¿Te parece que vas a
poder con esa jarra tan grande?”. Y claro que iba a poder: no era de manteca,
como otras. De manteca era la rubia del moño en la cabeza. Apenas la vio, la
del moño le dijo:
—¿Y
vos quién sos?
—Soy
amiga de Luciana —dijo Rosaura.
—No
—dijo la del moño —, vos no sos amiga de Luciana porque yo soy la prima y
conozco a todas sus amigas. Y a vos no te conozco.
—Y a
mí qué me importa —dijo Rosaura—, yo vengo todas las tardes con mi mamá y
hacemos los deberes juntas.
—¿Vos
y tu mamá hacen los deberes juntas? —dijo la del moño, con una risita.
—Yo
y Luciana hacemos los deberes juntas —dijo Rosaura muy seria.
La
del moño se encogió de hombros.
—Eso
no es ser amiga —dijo—. ¿Vas al colegio con ella?
—No.
—¿Y
entonces de dónde la conoces? —dijo la del moño, que empezaba a impacientarse.
Rosaura
se acordaba perfectamente de las palabras de su madre. Respiró hondo:
—Soy
hija de la empleada —dijo.
Su
madre se lo había dicho bien claro: Si alguno te pregunta, vos le decís que sos
la hija de la empleada, y listo. También le había dicho que tenía que agregar:
y a mucha honra. Pero Rosaura pensó que nunca en su vida se iba a animar a
decir algo así.
—¿Qué
empleada? —dijo la del moño—. ¿Vende cosas en una tienda?
—No
—dijo Rosaura con rabia—, mi mamá no vende nada, para que sepas.
—Y
entonces, ¿cómo es empleada? —Dijo la del moño.
Pero
en ese momento se acercó la señora Inés haciendo shh shh, y le dijo a Rosaura
si no la podía ayudar a servir las salchichitas, ella que conocía la casa mejor
que nadie.
—Viste
—le dijo Rosaura a la del moño, y con disimulo le pateó un tobillo.
Fuera
de la del moño todos los chicos le encantaron. La que más le gustaba era
Luciana, con su corona de oro; después los varones. Ella salió primera en la
carrera de embolsados y en la mancha agachada nadie la pudo agarrar. Cuando los
dividieron en equipos para jugar al delegado, todos los varones pedían a gritos
que la pusieran en su equipo. A Rosaura le pareció que nunca en su vida había
sido tan feliz.
Pero
faltaba lo mejor. Lo mejor vino después que Luciana apagó las velitas. Primero,
la torta: la señora Inés le había pedido que la ayudara a servir la torta y
Rosaura se divirtió muchísimo porque todos los chicos se le vinieron encima y
le gritaban “a mí, a mí”. Rosaura se acordó de una historia donde había una
reina que tenía derecho de vida y muerte sobre sus súbditos. Siempre le había
gustado eso de tener derecho de vida y muerte. A Luciana y a los varones les
dio los pedazos más grandes, y a la del moño una tajadita que daba lástima.
Después
de la torta llegó el mago. Era muy flaco y tenía una capa roja. Y era mago de
verdad. Desanudaba pañuelos con un soplo y enhebraba argollas que no estaban
cortadas por ninguna parte. Adivinaba las cartas y el mono era el ayudante. Era
muy raro el mago: al mono le llamaba socio. “A ver, socio, dé vuelta una
carta”, le decía. “No se me escape, socio, que estamos en horario de trabajo”.
La
prueba final era la más emocionante. Un chico tenía que sostener al mono en
brazos y el mago lo iba a hacer desaparecer.
—¿Al
chico? —gritaron todos.
—¡Al
mono! —gritó el mago.
Rosaura
pensó que ésta era la fiesta más divertida del mundo.
El
mago llamó a un gordito, pero el gordito se asustó enseguida y dejó caer al
mono. El mago lo levantó con mucho cuidado, le dijo algo en secreto, y el mono
hizo que sí con la cabeza.
—No
hay que ser tan timorato, compañero —le dijo el mago al gordito.
—¿Qué
es timorato? —dijo el gordito.
El
mago giró la cabeza hacia un lado y otro lado, como para comprobar que no había
espías.
—Cagón
—dijo—. Vaya a sentarse, compañero.
Después
fue mirando, una por una, las caras de todos. A Rosaura le palpitaba el
corazón.
—A
ver, la de los ojos de mora —dijo el mago—. Y todos vieron cómo la señalaba a
ella.
No
tuvo miedo. Ni con el mono en brazos, ni cuando el mago hizo desaparecer al
mono, ni al final, cuando el mago hizo ondular su capa roja sobre la cabeza de
Rosaura. Dijo las palabras mágicas… y el mono apareció otra vez allí, lo más
contento, entre sus brazos. Todos los chicos aplaudieron a rabiar. Y antes de
que Rosaura volviera a su asiento, el mago le dijo:
—Muchas
gracias, señorita condesa.
Eso
le gustó tanto que un rato después, cuando su madre vino a buscarla, fue lo
primero que le contó.
—Yo
lo ayudé al mago y el mago me dijo: “Muchas gracias, señorita condesa”.
Fue
bastante raro porque, hasta ese momento, Rosaura había creído que estaba
enojada con su madre. Todo el tiempo había pensado que le iba a decir: “Viste
que no era mentira lo del mono”. Pero no. Estaba contenta, así que le contó lo
del mago.
Su
madre le dio un coscorrón y le dijo:
—Mírenla
a la condesa.
Pero
se veía que también estaba contenta.
Y
ahora estaban las dos en el hall porque un momento antes la señora Inés, muy
sonriente, había dicho: “Espérenme un momentito”.
Ahí
la madre pareció preocupada.
—¿Qué
pasa? —le preguntó a Rosaura.
—Y
qué va a pasar —le dijo Rosaura—. Que fue a buscar los regalos para los que nos
vamos.
Le
señaló al gordito y a una chica de trenzas, que también esperaban en el hall al
lado de sus madres. Y le explicó cómo era el asunto de los regalos. Lo sabía
bien porque había estado observando a los que se iban antes. Cuando se iba una
chica, la señora Inés le daba una pulsera. Cuando se iba un chico, le regalaba
un yo-yo. A Rosaura le gustaba más el yo-yo porque tenía chispas, pero eso no
se lo contó a su madre. Capaz que le decía: “Y entonces, ¿por qué no pedís el
yo-yo, pedazo de sonsa?” Era así su madre. Rosaura no tenía ganas de explicarle
que le daba vergüenza ser la única distinta. En cambio, le dijo:
—Yo
fui la mejor de la fiesta.
Y no
habló más porque la señora Inés acababa de entrar al hall con una bolsa celeste
y una rosa.
Primero
se acercó al gordito, le dio un yo-yo que había sacado de la bolsa celeste, y
el gordito se fue con su mamá. Después se acercó a la de trenzas, le dio una
pulsera que había sacado de la bolsa rosa, y la de trenzas se fue con su mamá.
Después
se acercó a donde estaban ella y su madre.
Tenía
una sonrisa muy grande y eso le gustó a Rosaura. La señora Inés la miró,
después miró a la madre, y dijo algo que a Rosaura la llenó de orgullo. Dijo:
—Qué
hija que se mandó, Herminia.
Por
un momento, Rosaura pensó que a ella le iba a hacer dos regalos: la pulsera y
el yo-yo. Cuando la señora Inés inició el ademán de buscar algo, ella también
inició el movimiento de adelantar el brazo. Pero no llegó a completar ese
movimiento.
Porque
la señora Inés no buscó nada en la bolsa celeste, ni buscó nada en la bolsa
rosa. Buscó algo en su cartera.
En
su mano aparecieron dos billetes.
—Esto
te lo ganaste en buena ley —dijo, extendiendo la mano—. Gracias por todo,
querida.
Ahora
Rosaura tenía los brazos muy rígidos, pegados al cuerpo, y sintió que la mano
de su madre se apoyaba sobre su hombro. Instintivamente se apretó contra el
cuerpo de su madre. Nada más. Salvo su mirada. Su mirada fría, fija en la cara
de la señora Inés.
La
señora Inés, inmóvil, seguía con la mano extendida. Como si no se animara a
retirarla. Como si la perturbación más leve pudiera desbaratar este delicado
equilibrio.
«Yarará como manguera» de
Mempo Giardinelli
Leído
por Julia Bowland.
Todos
los años, para esta fecha, me da por acordarme de aquel diciembre, tórrido y
húmedo como éste. Habían caído lluvias como para el campeonato mundial y
nosotros volvíamos de Samuhú. Mi papá, al volante de su Ford ‘40 negro y con
gomas pantaneras, para mí era Superman. El Tano Poletti fumaba a su lado y yo
iba sentadito en el asiento de atrás, cubierto de polvo y atento a los bichos
que a la hora del crepúsculo entraban por las ventanillas como municiones; eran
lo único malo de viajar por esos caminos de tierra y lodo. Uno iba ahí como en
un barco, meta dar bandazos como muñequito con resorte. Pero yo tenía ocho años
y me encantaba ese ritual decembrino que seguía a la terminación de las clases.
Los
caminos del Chaco y de Formosa eran horribles: apenas huellas abiertas por los
camiones cargados de algodón que salían de las chacras. Pero mi viejo los
conocía metro a metro porque era viajante de comercio de un montón de productos
que introdujo en los 40 y 50: marcas como Nestlé, Terrabusi, Águila, los vinos
Norton y el agua mineral.
Aquella
tarde del 24 hacía un calor de mil infiernos y el Ford bufaba recalentado,
jalando esforzadamente el acopladito de dos ruedas que mi viejo enganchaba del
paragolpes trasero. En la cabina el humor era espeso, porque eran las ocho de
la noche y queríamos llegar a casa a las once, pero por los pozos y barriales
apenas se podía ir a veinte por hora y encima ya habíamos pinchado dos veces y
no teníamos más cubiertas de repuesto.
De
pronto el Ford pegó un brinco y pareció que se iba a la cuneta. Papá lo contuvo
de un volantazo mientras frenaba y yo en el acto me di cuenta: habíamos
pinchado nuevamente. “Se jodió la fiesta”, anunció. El Tano escupió tabaco y se
rió: “¡Buon Natale con acqua!” y miró para atrás y me regaló un guiño. El
acopladito estaba lleno de botellas de agua mineral.
Mi
viejo se bajó a mirar la goma destrozada y el Tano se fue a orinar entre unos
yuyos. Cuando se dio vuelta para regresar, de pronto pegó un salto en el aire
mientras soltaba una puteada en dialecto y gritaba: “¡Una víbora, hic’una
putana, una yarará como manguera!”.
En
el mismo segundo en que el Tano caía, mi papá metió la mano bajo el asiento,
sacó un machete y se estiró sobre el Tano y le encajó a la víbora primero un
planazo y luego un a fondo de filo que la descabezó. “¡No bajés que pueden
andar en yunta!”, me gritó a mí y jaló al Tano hasta el coche. Este gritaba,
desesperado, que por favor no lo dejara morir.
Papá,
velozmente, lo ayudó a acostarse en el asiento. En silencio y sin hacer caso de
sus gritos, le agarró la pierna, le quitó la media y el zapato, le miró la
picadura sobre el tobillo y tras decirle ahora aguantáte le encajó un mordiscón
y empezó a chupar. Lo hizo sin asco, mecánicamente y como si no fuese la
primera vez. Chupaba y escupía. Se pasaba el brazo por la boca y volvía a
chupar y a escupir. Así varias veces y al final echó tabaco picado sobre la
herida. Después le desgarró el pantalón hasta la rodilla, se quitó la camisa,
la rompió en tiras y empezó a hacerle un torniquete abajo del menisco. El Tano
gritaba como las monas cuando andan con cría. Tenía un susto tan grande que
lloraba preguntando si estaba seguro de haber matado a esa guacha. Calláte y
dejáme, decía papá mientras pasaba un destornillador por entre el nudo de las
telas y lo giraba lento y firme apretando músculos y venas para impedir que la
sangre envenenada subiese al resto del cuerpo.
La
herida era chiquita, como ojos de japonés, dos rayitas que parecían cosa de
nada. Pero ellos sabían que no era nomás lo que parecía. El Tano aullaba a cada
vuelta del torniquete y se agarraba de la puerta del coche soportando el dolor.
Y en ningún momento dejó de putear. Yo miraba todo con ojos como palanganas,
fascinado por la desesperación del Tano y la concentración y diligencia de mi
viejo. Desde el asiento de atrás podía ver, también, el lomo gris-verdoso de la
yarará muerta, ancho como de cinco centímetros.
Después
mi viejo sacó el cortaplumas y sin hacer caso de los gritos del Tano agrandó la
herida, que ya se empezaba a amoratar. Apretó un poco más para que manase
sangre mientras decía no te marees, Tano, no te marees. Yo había escuchado
conversaciones sobre picaduras de yarará y aunque jamás había visto una sabía
que, si el atacado se marea, ve turbio y se le aflauta la voz es hombre muerto.
Por
eso me tranquilicé cuando de golpe el Tano se desmayó. Papá me hizo pasar
adelante y lo extendió sobre el asiento trasero. Después se hizo unos buches
con ginebra Llave y enseguida se mandó media botella y empezó a putear él
también. Sólo un rato después pateó la víbora hacia la banquina, se sentó al
volante y me tomó de la cabeza y me abrazó.
–Navidad
de mierda que vamos a pasar.
–¿Se
va a morir?
–Si
pasa alguien, capaz que con suero lo salvan. ¿Pero quién va a pasar por aquí?
El
sabía que justo ese día y a esa hora la respuesta era nadie. Con voz grave dijo
que esa Navidad sólo teníamos agua mineral y un amigo en emergencia. Y que si
acaso mi vieja tenía razón y Dios existía, entonces que le rezara por el Tano.
Al
rato trajo dos botellas. Como estaban calientes, las puso sobre el techo.
También sacó un paquete de galletitas y me lo dio. El Tano deliró un rato, con
una fiebre altísima. Papá le pasaba un pañuelo húmedo por la frente y le mojaba
los labios. Cuando vio que eran las doce me abrazó fuerte y yo me di cuenta de
que lloraba.
Las
noches de verano no son largas en el Chaco y aquella además fue luminosa,
impresionante, de esas en las que parece que el firmamento bajara hasta ponerse
al alcance de la mano. El cielo estrellado era espectacular y hasta pude ver
una mancha blanca que papá me dijo que era la vía láctea. Era tan lindo que yo
pensé que todo iba a salir bien, además aquel verano todo el mundo andaba
optimista y el Tano y mi viejo planeaban hacer guita grossa.
Después
papá me ordenó que todos los años, para esta fecha, me da por acordarme de
aquel diciembre, tórrido y húmedo como éste. Habían caído lluvias como para el
campeonato mundial y nosotros volvíamos de Samuhú. Mi papá, al volante de su
Ford ‘40 negro y con gomas pantaneras, para mí era Superman. El Tano Poletti
fumaba a su lado y yo iba sentadito en el asiento de atrás, cubierto de polvo y
atento a los bichos que a la hora del crepúsculo entraban por las ventanillas
como municiones; eran lo único malo de viajar por esos caminos de tierra y
lodo. Uno iba ahí como en un barco, meta dar bandazos como muñequito con
resorte. Pero yo tenía ocho años y me encantaba ese ritual decembrino que
seguía a la terminación de las clases.
Los
caminos del Chaco y de Formosa eran horribles: apenas huellas abiertas por los
camiones cargados de algodón que salían de las chacras. Pero mi viejo los
conocía metro a metro porque era viajante de comercio de un montón de productos
que introdujo en los 40 y 50: marcas como Nestlé, Terrabusi, Águila, los vinos
Norton y el agua mineral.
Aquella
tarde del 24 hacía un calor de mil infiernos y el Ford bufaba recalentado,
jalando esforzadamente el acopladito de dos ruedas que mi viejo enganchaba del
paragolpes trasero. En la cabina el humor era espeso, porque eran las ocho de
la noche y queríamos llegar a casa a las once, pero por los pozos y barriales
apenas se podía ir a veinte por hora y encima ya habíamos pinchado dos veces y
no teníamos más cubiertas de repuesto.
De
pronto el Ford pegó un brinco y pareció que se iba a la cuneta. Papá lo contuvo
de un volantazo mientras frenaba y yo en el acto me di cuenta: habíamos
pinchado nuevamente. “Se jodió la fiesta”, anunció. El Tano escupió tabaco y se
rió: “¡Buon Natale con acqua!” y miró para atrás y me regaló un guiño. El
acopladito estaba lleno de botellas de agua mineral.
Mi
viejo se bajó a mirar la goma destrozada y el Tano se fue a orinar entre unos
yuyos. Cuando se dio vuelta para regresar, de pronto pegó un salto en el aire
mientras soltaba una puteada en dialecto y gritaba: “¡Una víbora, hic’una
putana, una yarará como manguera!”.
En
el mismo segundo en que el Tano caía, mi papá metió la mano bajo el asiento,
sacó un machete y se estiró sobre el Tano y le encajó a la víbora primero un
planazo y luego un a fondo de filo que la descabezó. “¡No bajés que pueden
andar en yunta!”, me gritó a mí y jaló al Tano hasta el coche. Este gritaba,
desesperado, que por favor no lo dejara morir.
Papá,
velozmente, lo ayudó a acostarse en el asiento. En silencio y sin hacer caso de
sus gritos, le agarró la pierna, le quitó la media y el zapato, le miró la
picadura sobre el tobillo y tras decirle ahora aguantáte le encajó un mordiscón
y empezó a chupar. Lo hizo sin asco, mecánicamente y como si no fuese la
primera vez. Chupaba y escupía. Se pasaba el brazo por la boca y volvía a
chupar y a escupir. Así varias veces y al final echó tabaco picado sobre la
herida. Después le desgarró el pantalón hasta la rodilla, se quitó la camisa,
la rompió en tiras y empezó a hacerle un torniquete abajo del menisco. El Tano
gritaba como las monas cuando andan con cría. Tenía un susto tan grande que
lloraba preguntando si estaba seguro de haber matado a esa guacha. Calláte y
dejáme, decía papá mientras pasaba un destornillador por entre el nudo de las
telas y lo giraba lento y firme apretando músculos y venas para impedir que la
sangre envenenada subiese al resto del cuerpo.
La
herida era chiquita, como ojos de japonés, dos rayitas que parecían cosa de
nada. Pero ellos sabían que no era nomás lo que parecía. El Tano aullaba a cada
vuelta del torniquete y se agarraba de la puerta del coche soportando el dolor.
Y en ningún momento dejó de putear. Yo miraba todo con ojos como palanganas,
fascinado por la desesperación del Tano y la concentración y diligencia de mi
viejo. Desde el asiento de atrás podía ver, también, el lomo gris-verdoso de la
yarará muerta, ancho como de cinco centímetros.
Después
mi viejo sacó el cortaplumas y sin hacer caso de los gritos del Tano agrandó la
herida, que ya se empezaba a amoratar. Apretó un poco más para que manase
sangre mientras decía no te marees, Tano, no te marees. Yo había escuchado
conversaciones sobre picaduras de yarará y aunque jamás había visto una sabía que,
si el atacado se marea, ve turbio y se le aflauta la voz es hombre muerto.
Por
eso me tranquilicé cuando de golpe el Tano se desmayó. Papá me hizo pasar
adelante y lo extendió sobre el asiento trasero. Después se hizo unos buches
con ginebra Llave y enseguida se mandó media botella y empezó a putear él
también. Sólo un rato después pateó la víbora hacia la banquina, se sentó al
volante y me tomó de la cabeza y me abrazó.
–Navidad
de mierda que vamos a pasar.
–¿Se
va a morir?
–Si
pasa alguien, capaz que con suero lo salvan. ¿Pero quién va a pasar por aquí?
El
sabía que justo ese día y a esa hora la respuesta era nadie. Con voz grave dijo
que esa Navidad sólo teníamos agua mineral y un amigo en emergencia. Y que si
acaso mi vieja tenía razón y Dios existía, entonces que le rezara por el Tano.
Al
rato trajo dos botellas. Como estaban calientes, las puso sobre el techo.
También sacó un paquete de galletitas y me lo dio. El Tano deliró un rato, con
una fiebre altísima. Papá le pasaba un pañuelo húmedo por la frente y le mojaba
los labios. Cuando vio que eran las doce me abrazó fuerte y yo me di cuenta de
que lloraba.
Las
noches de verano no son largas en el Chaco y aquella además fue luminosa,
impresionante, de esas en las que parece que el firmamento bajara hasta ponerse
al alcance de la mano. El cielo estrellado era espectacular y hasta pude ver
una mancha blanca que papá me dijo que era la vía láctea. Era tan lindo que yo
pensé que todo iba a salir bien, además aquel verano todo el mundo andaba
optimista y el Tano y mi viejo planeaban hacer guita grossa.
Después
papá me ordenó que durmiera y yo cerré los ojos. Al ratito se fue al asiento
trasero y lo abrazó al Tano, que parecía dormir. El viejo lo sostenía entre sus
brazos como esas vírgenes de las estampitas que lo tienen así a Jesús. Y
después no sé qué pasó: yo recé un montón hasta que me quedé dormido.
Cuando
amanecía y el sol comenzaba a picar nos encontraron unos paisanos en un
tractor. Venían medio mamados y no entendieron nada: el Tano estaba como
dormido y con la boca abierta, en brazos de mi viejo, y yo espantaba las moscas
hablando solito, regular como un sapo, aterrorizado porque había visto a la Muerte
por primera vez.
e
durmiera y yo cerré los ojos. Al ratito se fue al asiento trasero y lo abrazó
al Tano, que parecía dormir. El viejo lo sostenía entre sus brazos como esas
vírgenes de las estampitas que lo tienen así a Jesús. Y después no sé qué pasó:
yo recé un montón hasta que me quedé dormido.
Cuando
amanecía y el sol comenzaba a picar nos encontraron unos paisanos en un
tractor. Venían medio mamados y no entendieron nada: el Tano estaba como
dormido y con la boca abierta, en brazos de mi viejo, y yo espantaba las moscas
hablando solito, regular como un sapo, aterrorizado porque había visto a la
Muerte por primera vez.
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Espacio curricular: Lengua y Literatura
Profesora: Claudia Aramayo
Curso: 2° Año División: 4a y 5a
Ciclo: Básico
Turno: Mañana
Contenidos:
La coherencia textual
Actividad
N°2
a. Lea
y realice los ejercicios sobre Coherencia.
COHERENCIA
1.- Para que un texto sea coherente todas las
ideas deben estar relacionadas entre sí (es decir, deben referirse a un mismo
tema) y no tiene que existir contradicción entre ellas. Teniendo en cuenta esto, indica de forma
razonada si son coherentes o no los siguientes textos:
·
Déjame
un bolígrafo. Hoy no he traído el cuaderno.
·
Mi
primo se llama Mikel. No tengo primos.
·
Mi
hermano está estudiando 3º de la ESO. Mi padre trabaja en un banco y yo suelo
ir de vacaciones a Albacete y tengo 12 años.
·
No
consiguió llegar a tiempo a la reunión. Había estado lloviendo toda la tarde.
·
Me
gustan mucho los gatos. Una vez tuve un gato blanco que se llamaba Doraemon.
Cuando era pequeño solía ver los dibujos animados en los que salía un gato
llamado Doraemon. De hecho, me encantaba ver dibujos animados.
2.- Un texto coherente es, además, un texto
en el que progresa la información que se transmite, es decir, dicha información
va apareciendo de forma progresiva, siguiendo un orden lógico y bien
estructurado. Si las ideas no están ordenadas, el texto no se entiende. A continuación, ordena los siguientes
párrafos para que este cuento tenga sentido:
-Mi
marido ha traído a otra mujer, joven y hermosa.
Un
campesino chino se fue a la ciudad para vender la cosecha de arroz y su mujer
le pidió que no se olvidase de traerle un peine.
Entregó
el regalo a su mujer y se marchó a trabajar sus campos. La mujer se miró en el
espejo y comenzó a llorar desconsoladamente. La madre le preguntó la razón de
aquellas lágrimas.
La
mujer le dio el espejo y le dijo:
Después
de vender su arroz en la ciudad, el campesino se reunió con unos compañeros, y
bebieron y lo celebraron largamente. Después, un poco confuso, en el momento de
regresar, se acordó de que su mujer le había pedido algo, pero ¿qué era? No lo
podía recordar. Entonces compró en una tienda para mujeres lo primero que le
llamó la atención: un espejo. Y regresó al pueblo.
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Espacio curricular: Lengua y Literatura
Profesora: Claudia Aramayo
Curso: 2° Año División: 4a y 5a
Ciclo: Básico
Turno: Mañana
Contenidos:
Texto. Concepto. Propiedades.
Actividad
N°1
a. Leer
la teoría: El texto y sus propiedades.
b. Realizar
un cuadro sinóptico en base a la teoría leída.
El texto y sus propiedades
Con origen en el latín textus, la palabra texto describe a un conjunto de enunciados que permite dar un
mensaje coherente y ordenado, ya sea de manera escrita o a través de la
palabra. Se trata de una estructura compuesta por signos y una escritura determinada que da espacio a una unidad con sentido.
Cada
texto posee una cierta finalidad
comunicativa: por medio de sus signos busca transmitir un cierto mensaje
que adquiere sentido de acuerdo a cada contexto. La extensión del texto es muy
variable, desde unas pocas palabras hasta millones de ellas. De hecho, un texto
es virtualmente infinito.
Más
allá del concepto básico (el texto como unidad de sentido), el mismo término
permite hacer referencia a cosas bastantes distintas entre sí. En este sentido,
un libro completo, una frase de un periódico, un chat a través de Internet y una conversación en un bar
incluyen textos.
Es
importante recalcar el hecho de que actualmente empleamos el citado término
unido de manera indisoluble a otro concepto dando lugar a la expresión “libro
de texto”. Con ella intenta definirse a aquel libro u obra que es el que se
emplea en los distintos centros escolares para que el alumno aprenda una
materia concreta.
De
esta forma podríamos establecer como ejemplo el siguiente: “El profesor ordenó
a todos los estudiantes que sacaran de sus mochilas el libro de texto de
Matemáticas para poder empezar la clase”.
Asimismo,
tampoco podemos pasar por alto que existe una terminología muy concreta que se
utiliza desde tiempos inmemoriales en nuestra sociedad. Nos estamos refiriendo
a lo que se conoce como Sagrado Texto o Texto Sagrado, un concepto con el que
se define a La Biblia, que es el conjunto de libros que ejerce como pilar
fundamental de las religiones cristiana y judía.
En
ocasiones, la noción de texto se utiliza para nombrar al cuerpo de una obra impresa o manuscrita, en oposición a aquello que
va por separado. El texto, por lo tanto, es sólo el cuerpo principal de un
libro, quedando fuera la portada, el índice, los apéndices, etc.
Entre
las características de un texto, se encuentran la coherencia (las distintas posturas e informaciones que expone deben
ayudar a formar una idea general), la cohesión
(todas las secuencias de significado tienen que estar relacionadas entre sí) y
la adecuación (debe estar en
condiciones de llegar a su lector ideal).
Los
textos, por otra parte, guardan relación con otros textos para generar sentido.
Esto quiere decir que un texto siempre es interpretado a través de un marco de
referencia.
Para
terminar, hay que subrayar que en el ámbito de la tecnología y, en concreto, en
el de la informática se hace también un uso bastante extendido del término que
estamos analizando. En concreto, se habla de lo que se conoce como procesador
de textos que es un programa gracias al cual el usuario puede escribir en su
ordenador diversos documentos. Word y Open Office Writer son los dos
procesadores de este tipo más importantes y de uso más generalizado.
De
la misma forma a este proceso de escritura en computadora, así como a la
edición de la misma a través de dicha herramienta se le da en llamar
procesamiento de textos.
Espacio curricular: Lengua y Literatura
Profesora: Claudia Aramayo
Curso: 5° Año División: 3a
CONTENIDOS:
Literatura. Conceptos. El texto literario. Los géneros literarios.
ACTIVIDADES
a. Leer
y comprender.
b. Realice
un cuadro con las diferentes definiciones sobre literatura.
c. Grafique
en una línea de tiempo la Historia de La Literatura.
d. Responda:
¿a qué se llama literatura universal? ¿Qué y cuáles son los géneros literarios
clásicos?
¿Qué es la literatura?
La
literatura es considerada por la Real Academia Española como una expresión
artística que se basa en el uso del lenguaje; de hecho, podríamos decir que es
casi cualquier documento escrito. Es también la ciencia que estudia las obras
literarias y una asignatura que se enseña en colegios o universidades.
La
literatura es una disciplina que usa el lenguaje de forma estética. El término
literatura proviene del vocablo latínlitterae, que hace referencia a la
acumulación de conocimientos que nos guíen al correcto modo de escribir y de
leer. Hay algunas definiciones que afirman que, además de lo escrito, la
literatura está en lo cantado o hablado.
También
se considera como literatura al conjunto de libros que hablan sobre un tema
específico, son de una época determinada o un género en particular. Lo que hace
literario a un texto, o sea lo que lo forma o lo convierte en literatura, es la
literaturidad, que está en el uso que se hace del lenguaje en ese tipo de
textos. Este tipo de lenguaje tiene una trascendencia particular porque está
destinado a durar en el tiempo.
Historia de la literatura
Podemos
afirmar que la literatura comenzó cuando se inventó la imprenta (de la mano de
Johannes Gutenberg) en el siglo XV y se comenzó a difundir la palabra escrita.
Más adelante, en el siglo XVII, se denominaba a la literatura como poesía o
elocuencia. Entonces se entendía por poesía cualquier texto, independientemente
de su género y no necesariamente en verso.
Recién
en el siglo XVIII se utilizó por primera vez la palabra literatura con el
significado actual. De todos modos, existe una duda con respecto a qué se puede
o no considerar literatura, ya que hay tipos de textos que parecieran no
encasillar en ningún género, por ejemplo, una autobiografía o una noticia.
En
Inglaterra, en el siglo XVIII, se cuestionó qué entraba dentro del concepto
literatura y qué no, básicamente se tenía consideración por los escritos que
producían aquellos que pertenecían a la clase alfabetizada, instruida. Había
cartas, ensayos, textos filosóficos y poesía en la literatura inglesa de ese
momento, pero textos como las novelas tenían mala reputación y por eso no
entraban en consideración. Terry Eagleton define que los criterios de ese
entonces para etiquetar algo como literatura o no eran ideológicos e iban de
acuerdo a los valores y los gustos de la clase dominante.
Para
Roland Barthes, la literatura no es un conjunto de obras o una categoría, sino
que más bien es la práctica de la escritura. Wolfgang Kayser planeó, a mediados
del siglo XX, hacer un cambio en el término literatura, utilizando en su lugar
“belles lettres” para que se pueda diferenciar el texto escrito del habla.
Sería
importante marcar que no es considerado como literatura a los escritos basados
en dibujos, como los jeroglíficos de los egipcios.
Géneros Literarios
La
literatura tiene géneros, o sea tipos en los que se clasifican los conjuntos de
libros según el contenido de las obras, éstos son llamados géneros literarios.
Cada género literario se caracteriza por diferentes aspectos semánticos,
formales o fonológicos.
Existen
tres grandes clasificaciones y cada una tiene subgéneros:
Género
lírico, desarrollado por escritores como Federico García Lorca. Se trata de
textos a los que se le asigna un ritmo determinado, así dentro del cual hay,
entre otros, el himno, la oda, la égloga, la sátira, etc.
Género
épico o narrativo, en el que se ubica Miguel de Cervantes, que tiene como fin
contar una historia no verdadera. Dentro de este género tenemos la epopeya, los
cantares de gesta, el cuento y la novela.
Género
dramático, que es un texto que tiene como finalidad actuarse, puede ser
tragedia, comedia, etcétera. Un escritor de este género literario es Pedro
Calderón de la Barca.
Literatura universal
La
literatura universal es parte de todos, desde la invención del alfabeto la
historia, las costumbres, los mensajes y la cultura se comenzó a transmitir
también de forma escrita (aunque debemos aclarar que hasta la Edad Media
perduró la cultura oral).
Cuando
hablamos de literatura universal nos referimos a aquellos escritos que
pertenecen a una región en particular, pero que los consideramos como de toda
la humanidad, o por lo menos se piensa que todo el mundo debería tener
conocimiento de ellos, como sucede con el libro La Odisea; de Homero o Don
Quijote de la Mancha; de Miguel de Cervantes.
De
la mano del sistema capitalista, la literatura se ha convertido en una de las
industrias culturales más grandes, porque los libros se producen en serie, y en
cierto modo también se produce cultura. Es por esto que nacieron los best
sellers; es decir, los más vendidos. Con este título se etiqueta a los libros
más exitosos en cuanto a ventas o a críticas recibidas.
Se
entiende por crítica literaria a la disciplina que se dedica a estudiar y
valorizar un texto, ya sea positiva o negativamente. La valoración de este
crítico es difundida por los medios de comunicación.
Hoy
en día la literatura se ha revolucionado con la llegada de los libros
virtuales, entonces la situación de la práctica es incierta, porque comprar
libros electrónicos es más barato y a su vez cada vez se lee menos.
La
literatura tiene su más grande distinción en el premio Nobel y el primer
galardón de este tipo fue otorgado a Sully Prudhomme, poeta y ensayista de
origen francés.
Chicos,realicen una x una las actividades y envíen, todas se evalúan y tienen puntaje. Los sigo esperando.
ResponderBorrarMi correo electrónico: claudiak_aramayo@hotmail.com
ResponderBorrarbuen dia,el trabajo de 2do 5ta es solo leer y escuchar el audio ? ya que no tiene otra consigna
ResponderBorrarBuenas noches las tareas son también para 2°3div del turno mañana xq son las únicas actividades q figuran y x favor algún correo de la o el profesor de lengua de 2°3 gracias
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